sábado, 31 de marzo de 2018

En Junio del 2000, Alberto Balestrini, electo Intendente de Matanza definía al Peronismo...

Describiendo objetivamente la realidad del Peronismo en ese momento histórico, al haber perdido en diciembre de 1999 la elección Nacional en manos del Dr Fernando de la Rúa (Alianza) después de 2 períodos en la Presidencia de la Nación del Dr. Carlos Saúl Menen, y propuso:


LA REINVENCION DEL PERONISMO
por Alberto Edgardo Balestrini

El peronismo en la interna liberal
Empecemos por ser sinceros: aceptemos que en este encuentro sobre la Identidad del peronismo Hoy estamos en realidad participando de la interna liberal. Que no estamos hablando de una identidad histórica sino de un compromiso coyuntural con el Hoy. Porque una identidad política se resuelve por sus proposiciones pero también por la determinación de sus adversarios: fue nuestra oposición al liberalismo económico lo que, históricamente, nos dio la entidad de sujetos en un mundo donde antes y después de la globalización prevalecerán los más fuertes en la defensa de sus intereses nacionales. No sólo durante el ejercicio del gobierno sino durante muchos años en el llano el peronismo ocupó el lugar de la respuesta pragmática a la hiperideologizada prédica de los eternos enemigos de la Nación que propiciaban su indefensión. Y hace apenas un decenio que los peronistas adoptamos el ideario de los discípulos bastardos de Adam Smith: el neoliberalismo. Hipotecamos nuestra historia si Hoy seguimos sumando al coro acrítico que recita las doctrinas elaboradas en los países centrales.

¿Cuál es la voz que debemos privilegiar los peronistas? Frente a tantos discursos y cantos de sirena que nos acosan desde el establishment con palabras como "gobernabilidad" y "consenso", ¿qué sugieren los desocupados que cortaron la Ruta 3 en Isidro Casanova anteayer?

El peronismo y la Nación

Para empezar, creemos que es oportuno y necesario reflexionar sobre un hecho inédito: al cabo de una década de ejercicio de gobierno, el peronismo fue desalojado del poder, no por una dictadura sino por el voto popular.
Numerosas fueron las señales que la ciudadanía emitió en distintos escenarios electorales, alertando sobre las tareas incumplidas por la herramienta electoral del Movimiento Peronista. Hoy, las discrepancias del amplio espectro social representado históricamente por el peronismo con el mensaje y la práctica del Partido Justicialista se pueden leer a la luz del análisis de los resultados de los comicios de octubre pasado.
Es que al cabo de una etapa de profundas transformaciones nacionales e internacionales emergen de la realidad nuevos desafíos a la Nación, nuevas formas de "hacer política", nuevos liderazgos e inéditos fenómenos sociales. Pero de esos hechos el peronismo sólo ha tomado nota en términos de su incorporación a un consenso, manufacturado por el establishment económico y cultural, que atribuye al régimen mundial reinante el carácter de civilización; esto es, de sistema destinado a prevalecer en tanto imperativo histórico ante el que se disolvería todo interés particular.
Ese supuesto consenso en el inexorable señorío de un imaginario estadio superior de la organización humana, fundamenta la supremacía de sus soluciones neoliberales en que únicamente el "mercado" puede cumplir el papel de racionalizador de las sociedades económicamente menos desarrolladas, a las que asocia con la barbarie. Justificado entre nosotros en nombre de un progresismo rivadaviano, el sistema económico en vigor en una decena de potencias desarrolladas se extiende y civiliza a los bárbaros por las buenas o por las malas.
Como consecuencia de este discurso único no hay debate ni participación en el PJ, que adopta "lo moderno" y excluye la exploración de otras vías; una práctica intelectual que lo distancia de los problemas del pueblo y descalifica a la organización política en tanto herramienta transformadora de la realidad. Esa ausencia de proyecto provoca el desaliento de la militancia y espanta a la juventud.

La crisis de la Nación

Esa obvia crisis de identidad histórica y de representatividad social del peronismo se refugia en otra mayor que erosiona a todo el sistema político: está en crisis la identidad nacional.

El pueblo argentino espera que sus dirigentes cumplan con la urgente necesidad de comprender sus demandas a la luz de la historia y de una nueva cultura, y que expresen la defensa de sus intereses en el contexto global de la política moderna.

Como en otras ocasiones, vendrá en auxilio del peronismo el debate de ideas y la búsqueda de una amplia gama de coincidencias. Pero para reflexionar sobre nuevas estrategias sin renegar de la larga historia de luchas por la justicia social ni de los principios fundamentales de una doctrina de alcances continentales, no basta ya con la renovación ocurrida a fines de los 80, consagrada en la participación decisoria del PJ en el sistema político: ahora se trata de repensar al país en su novedoso contexto.
Para ello hay que reinventar el peronismo, con nuevos métodos que recuperen el sentido de la política, nuevas razones que renueven la esperanza en la democracia y nuevas propuestas que permitan trazar el perfil de la renovada identidad peronista, consensuada y flexible, que le devolverá el liderazgo del movimiento nacional en el tercer milenio.
Sin embargo, es urgente comprender que es ilusorio pensar en igualdad, libertad y justicia social si insistimos en repetir la experiencia de concebir un país rico con un pueblo pobre, como el que forjó la Generación del 80. Aquel modelo de Nación estalló en dos revoluciones sangrientas en 1890 y 1905 y regresó después de 1930 para reimplantar el fraude y la dependencia. Los peronistas somos hijos de la reacción popular que se expresó pacíficamente el 17 de octubre de 1945. Desde entonces, nos preocupa más el problema de un compatriota desocupado que satisfacer al acreedor extranjero sobre el hambre y la sed de los argentinos.

El escenario de fin de siglo en la Argentina

La puja por la distribución de costos y beneficios de la globalización, que es el trasfondo del conflicto social en la Argentina, está afectada por asimetrías que pervierten la democracia. Al mismo tiempo, un sistema global de negociaciones inequitativo descansa sobre la base de "concesiones" supuestamente recíprocas entre países supuestamente iguales .
A esa realidad mundial, el gobierno encabezado por Menem respondió con el alineamiento automático junto a la mayor potencia económica y militar del planeta con suerte no siempre beneficiosa. Y ante problemas nacionales legítimos asumió acríticamente el recetario de fórmulas políticas aconsejado por los organismos que regulan el capitalismo mundializado. En rigor, sólo supo dar, de manera sistemática, respuestas neoliberales. Algunas de esas respuestas funcionaron; otras no. Lo innegable es que el "pensamiento único" obturó el diálogo y cerró el camino a la identificación de soluciones alternativas.
Ciertamente, el menemismo puso fin a un mundo que se terminaba, pero las grandes transformaciones ocurridas significaron dramáticas mutaciones que, como consecuencia, han cambiado también, drásticamente, las reglas de la política .

El panorama económico

Durante la década de 1990 la economía argentina creció más del 45%, en un marco de notable estabilidad de precios -en contraste con décadas anteriores. El crecimiento estuvo estrechamente vinculado a las transformaciones estructurales e institucionales introducidas en los años iniciales del periodo, como también al ingreso de capitales foráneos. La estabilidad macroeconómica, la mayor apertura y la amplia desregulación comercial y financiera mejoraron la capacidad nacional para captar ahorro externo.
Se trata de logros que en justicia deben reconocerse a las autoridades que asumieron la responsabilidad y conducción de las mismas, así como a la población, que de maneras diversas y en medida destacada contribuyó a ellos con mezclas variadas de entusiasmo, sacrificio y resignación .
Pero, por otro lado, el mercado de trabajo, en cifras que reflejan el lapso 1991-1998, muestra un espectacular aumento de la tasa de desempleo que, partiendo del 6%, alcanza un pico de 17,4% en 1996, para llegar en 1998 al 12,4%. Otro aspecto vital es la evolución del porcentaje de asalariados en negro, que pasó de 31,5% en 1991 al 34,9% en 1996, con tendencia ascendente .
Entre 1995 y 1998 la productividad del trabajo creció 27%, mientras los salarios reales se redujeron en un 8%, situación que indica que el incremento el PIB -equivalente a más de 110 mil millones de pesos- se orientó hacia los sectores no asalariados. La distribución del ingreso, uno de los mejores indicadores de la equidad social, muestra los resultados de esa clara transferencia. En 1991 el 10% más rico de la población se apropiaba del 34,1% del ingreso, mientras que el 30% más pobre recibía el 8,8%; pero en 1997 estas cifras eran, respectivamente, 36,6% y 7,7%.
La deuda social abarca a los trabajadores y los pequeños y medianos productores que no figuran entre los principales beneficiarios del esfuerzo productivo y modernizador de la última década y a los sectores de la población que nunca han logrado salir de la pobreza: en números gruesos, entre tres cuartos y cuatro quintos de los habitantes del país.
Este grado de desigualdad alcanzado por Argentina excede al que se observa tanto en países de América Latina con niveles inferiores de PIB por habitante como en países europeos y del sudeste de Asia. El fuerte contraste entre pobreza y ostentación parece haberse instalado como una de las características más visibles de la sociedad argentina.

El panorama político

Con sus luces y con sus sombras, la década menemista dejó como saldo tres cuestiones principales a resolver:
a) La aplicación acrítica de soluciones neoliberales a todos los problemas argentinos de reinserción del país en el mercado mundial segó toda otra perspectiva de análisis. Este hecho, que da por tierra con el supuesto pragmatismo de la gestión Menem y, por el contrario, habla de una administración fuertemente ideologizada, no termina de ser superado por la clase política argentina.
b) La supremacía de la ideología -esto es lo adjetivo- sobre los temas de interés nacional -lo sustantivo- bloqueó todo debate sobre las mejores formas de defender el acervo de bienes culturales, el capital social y la hacienda de la Nación. Esta dilapidación fue y es producto de un debate cerrado al interior de los actores del "mercado", del que está ausente el concepto de comunidad de intereses que constituye la Nación. No hay misión histórica: ni pasado ni proyecto de país. El pensamiento único es un cerco ideológico que cercena nuestro futuro. No aporta respuestas para restablecer el equilibrio de los diversos y divergentes factores que componen la Nación. No permite romper el cepo que las deudas contraídas imponen al desarrollo armónico e integrado del país.
c) Estallada la sociedad de clases, diluida la representatividad de los partidos políticos y destruido el Estado moderador del conflicto de intereses, las nuevas redes de la relación de poder son de tan extrema complejidad que en la Argentina del 2000 no hay alianza, ni partido, ni factor de poder que, aisladamente, pueda plantear la reconquista de los resortes de poder y su reparto con equidad, según el esfuerzo que vienen realizando los diversos sectores de la comunidad nacional desde 1989.

El peronismo

El peronismo ha envejecido. La alianza liberal en el Justicialismo se terminó. Puede haber un nuevo acercamiento a esos sectores, pero no puede ser una alianza estratégica. El Justicialismo representa a los sectores que tienen más dificultades. Hay una ebullición que no se sabe hacia dónde se va a orientar. Se está incubando en el peronismo la necesidad de reconstruir su alianza social .
El debate sobre el actor social es determinante: en el ideario peronista, Nación y Pueblo son categorías inseparables. De allí que así como ninguna interpretación de las manifestaciones de la crisis social (exclusión, desempleo, inseguridad, corrupción, insolidaridad) puede evitar considerar la crisis de la identidad nacional, la lucha por la justicia social es un asunto inherente a la construcción de la Nación misma. Incumbe por tanto a toda la sociedad argentina luchar contra la injusticia más allá de las diferencias de ideas, con humildad y grandeza de espíritu. La cuestión social no es programa de ninguna fuerza política en particular sino un asunto de Estado que convoca al compromiso de todos los argentinos.
Sin embargo es el peronismo quien debe liderar el reclamo nacional a luchar contra la pobreza y la desigualdad. Y ponerse al frente de todo aquello que persiga similares propósitos, recuperando para sí la causa del servicio a las mayorías. En esta convocatoria a diversos partidos, facciones y grupos políticos, agrupaciones políticamente independientes y organizaciones libres del pueblo, el peronismo está llamado por la historia a ampliar sus espacios de cooperación creando núcleos de convergencia tras los objetivos básicos comunes a todos los argentinos que se sintetizan en sus tres banderas.
El peronismo será otra vez el cauce histórico de las mayorías, con la potencia revolucionaria que le brinda la adhesión de los que no tienen nada que perder, cuando recupere la conducción de una unidad vertical de todas las clases en la defensa de los intereses nacionales. Cuando consiga que su proyecto y su acción vuelvan a ser testimonio de la preeminencia del acuerdo en torno al objetivo de la patria grande por encima de las ideologías.
La cuestión nacional convoca consensos que permiten la recreación de un nuevo y grandioso espacio para el movimiento nacional y popular, desafiado por la exigencia de pensar el mundo que viene para debatir el país que los argentinos queremos.

La Matanza, 30 de Junio de 2000